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El «invierno nuclear económico»: ¿una crisis autoinfligida?

Guerra arancelaria

El término «invierno nuclear económico» ha emergido recientemente en el discurso financiero para describir las consecuencias de las políticas arancelarias implementadas por el presidente Donald Trump. 

Este concepto evoca la imagen de una catástrofe global que, aunque iniciada por acciones específicas, tiene repercusiones que se extienden por todo el mundo, sumiendo a la economía planetaria en una profunda recesión y estancamiento. La analogía con un invierno nuclear subraya la magnitud y severidad de las secuelas económicas resultantes de estas políticas proteccionistas.​

Cronología de la guerra arancelaria y sus repercusiones

El 1 de abril de 2025, el presidente Trump impuso un arancel mínimo del 10% a todas las importaciones hacia Estados Unidos, con tasas significativamente más altas para ciertos socios comerciales: 25% para aliados como Japón y Corea del Sur, y más del 45% para naciones altamente dependientes de la exportación, como Vietnam. 

Estas medidas unilaterales provocaron caídas drásticas en los mercados bursátiles globales y desencadenaron represalias de países afectados, especialmente China. La administración Trump justificó estas acciones como un esfuerzo por reordenar la economía global en favor de Estados Unidos, buscando recuperar la supremacía manufacturera y debilitar la competencia china. 

Sin embargo, las consecuencias fueron inmediatas y severas. El índice S&P 500 cayó un 10% en dos días, y se estima que el mercado podría descender otro 20%. Empresarios prominentes, como Larry Fink de BlackRock, advirtieron que la economía estadounidense ya podría estar en recesión debido a estas políticas arancelarias. Además, líderes financieros como Jamie Dimon de JP Morgan Chase y Bill Ackman de Pershing Square alertaron sobre el riesgo de una «estanflación» y un posible «invierno nuclear económico» si no se moderaban las medidas. ​

China respondió imponiendo aranceles del 34% a productos estadounidenses, intensificando la guerra comercial y aumentando la incertidumbre en los mercados globales. La Unión Europea, por su parte, propuso la eliminación de aranceles industriales como medida para calmar las tensiones pero finalmente aprobó medidas por más de 26 mil millones de euros, y también consideró acciones más contundentes, incluyendo medidas contra las grandes tecnológicas estadounidenses. ​

Las políticas arancelarias de la administración Trump han tenido un impacto poco previsible en la economía global. Se estima que la guerra comercial ha reducido el crecimiento del PIB mundial en 0,7%, lo que equivale a una pérdida de casi 600 mil millones de dólares. 

Además, la incertidumbre generada ha llevado a una disminución del 20% en el comercio global, retrocediendo a niveles de finales de la década de 1990. Esta contracción ha afectado especialmente a países con economías orientadas a la exportación, como Alemania y Corea del Sur, que han experimentado desaceleraciones significativas en su crecimiento económico.

Desindustrialización de EE.UU. y ascenso industrial de China

Durante las últimas décadas, Estados Unidos ha experimentado una desindustrialización significativa, trasladando gran parte de su capacidad manufacturera al extranjero y enfocándose en una economía basada en el sector financiero. 

Esta transformación ha dejado a EE.UU. dependiente de importaciones para satisfacer su demanda de bienes manufacturados. Mientras tanto, China ha capitalizado esta tendencia, atrayendo inversión extranjera y desarrollando una robusta infraestructura industrial. 

Al adherirse a la Organización Mundial del Comercio en 2001, China consolidó su posición como la «fábrica del mundo», exportando productos a precios competitivos y ascendiendo en la cadena de valor hacia productos de mayor tecnología y valor agregado. 

Este ascenso industrial de China, facilitado en parte por las reglas del comercio internacional que promovían la liberalización y globalización, ha permitido al país asiático competir directamente con Estados Unidos en sectores clave. 

La estrategia de China de invertir en capacidades productivas y tecnología ha resultado en una balanza comercial favorable y en una creciente influencia económica global. En contraste, la dependencia de EE.UU. en el sector financiero y la externalización de su producción han contribuido a déficits comerciales crecientes y a una disminución de empleos en el sector manufacturero.​

Estados Unidos, al darse cuenta de que la arquitectura económica global que antes defendía ya no satisface sus intereses, ha comenzado a replantearse su papel en el orden mundial. La globalización, que le permitió durante décadas dominar el comercio internacional, ha resultado en una desindustrialización que ha dejado al país dependiente de las importaciones y vulnerable a las fluctuaciones del mercado global.

La administración Trump intenta ahora con políticas arancelarias y proteccionismo, reconstruir un modelo económico que favorezca la manufactura local y recupere parte de los empleos perdidos. 

Sin embargo, la realidad es que la estructura económica de Estados Unidos ha cambiado irreversiblemente. El país ya no tiene la misma capacidad de influir en las reglas del comercio internacional de la manera en que lo hacía antes, y muchos de los acuerdos que crearon esa arquitectura económica ahora parecen más una carga que una ventaja. 

La competencia de China, al haber seguido una estrategia de industrialización masiva bajo sus propios términos, ha desafiado la hegemonía de Estados Unidos en sectores clave de la economía global.

Además, el modelo económico basado en la financiarización, que ha sido favorecido por décadas en EE.UU., parece demostrar que es insostenible. 

La creciente concentración de poder en el sector financiero, la desregulación y el traslado de la producción al extranjero han debilitado las bases de la economía real. Como resultado, muchas empresas estadounidenses ya no encuentran rentable mantenerse en el país, lo que agrava la crisis de empleos y genera una creciente desigualdad social. 

Es por ello que Washington ha comenzado a replantearse su participación en los acuerdos comerciales internacionales y la arquitectura financiera global que, hasta hace poco, ayudaba a perpetuar su dominio económico.

Este proceso de reconfiguración de la política económica de Estados Unidos, en un contexto de creciente rivalidad con China y otros actores globales, podría dar paso a una nueva estructura comercial y económica en la que se prioricen las políticas de autarquía y el fortalecimiento de las cadenas de suministro internas. 

Sin embargo, la transición hacia este nuevo modelo está llena de incertidumbre, y las consecuencias para el resto del mundo podrían ser igual de graves, ya que la interdependencia global no puede deshacerse de manera rápida ni sin costes elevados.

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