El criminal bloqueo económico, comercial y financiero de los Estados Unidos de América contra la isla fue puesto en vigor por el entonces presidente estadounidense John F. Kennedy, el 7 de febrero de 1962, cuatro días después de la Proclama 3447 donde decretaba un “embargo” total del comercio al amparo de la sección 620 (a) de la Ley de Asistencia Exterior.
Y desde entonces se le dio carácter oficial al histórico asedio, asumiendo la Casa Blanca acuerdos unilaterales que no solo siguen dañando derechos humanos de millones de cubanos, sino que además contravienen, el derecho internacional.
Esas abominables acciones demostraron la falta de voluntad política de los EE.UU. por sustentar vínculos armónicos y de buena vecindad con La Habana. No aceptaron la plena independencia política, económica y el desarrollo social que proyectaba el naciente proceso revolucionario en busca de mayor justicia y equidad para el pueblo que antes vivía en un contexto de profundas desigualdades, explotación y represión por parte del régimen batistiano.
La estrategia de Norteamérica se basó en aislar a Cuba y obstaculizar por todas las vías a su alcance, el avance del socialismo, aplicando disímiles métodos de agresiones y también campañas mediáticas de desinformación y tergiversación de la realidad por parte de sus voceros, agencias, y medios de comunicación.
Han transcurrido más de 63 años de cruel cerco, hostilidad y maniobras subversivas contra la nación caribeña. Y a pesar de la crueldad y el genocidio que representa intentar asfixiar a todo un pueblo por ambiciones y anhelos geopolíticos en la región, los cubanos resisten y tratan con iniciativas y fórmulas propias actualizar e impulsar su sistema económico orientado a la búsqueda incesante de mejores condiciones de vida, salud integral y potencialidades científicas y académicas, a favor de la población.
Son colosales los perjuicios que ha traído consigo la política de asedio norteamericano, además de ser absurda e ignominiosa. Y no solo está orientada a sanciones en el ámbito económico, sino que cínicamente y con la doble moral característica de la Casa Blanca en el caso Cuba, ese gobierno ha sido capaz de incluir a la Mayor de las Antillas en una espuria lista de “países patrocinadores del terrorismo”, cuando precisamente es el pueblo cubano, la principal víctima del terrorismo organizado y planificado, por décadas, desde Washington con su Agencia de Inteligencia, la CIA. Y solo con el fin de justificar lo injustificable, de su estrategia anticubana.
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En cada período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el tema del bloqueo genocida es rechazado, contundentemente, por la inmensa mayoría de los países, solo el verdugo que lo aplica y alguno que otro aliado, cada vez menos, lo secundan.
Además, el cerco concebido unilateralmente por EE.UU. afecta la soberanía de otros países por su extraterritorialidad. Personas y entidades jurídicas de otros pueblos son chantajeados con la negativa de entrada a Estados Unidos por determinado tiempo, si sus embarcaciones transportan mercancías a Cuba, a la vez que instrumentan otras disparatadas sanciones contra naciones independientes.
Lamentablemente, las extremas penalizaciones impuestas por el mandatario Donald Trump, demostrando su falta de voluntad para revertirlas.
La comunidad mundial reconoce que la Isla tiene el derecho, (como cualquier otro país), a un desarrollo sin obstáculos, a un comercio libre en condiciones de igual a igual a la práctica internacional de acceso a créditos y financiamientos los cuales habitualmente se utilizan en el mercado exterior y en negocios bilaterales entre países.
Nadie duda que el pueblo cubano estaría mejor sin bloqueo, y que tiene el derecho humano de avanzar hacia el cumplimiento de las Metas del Milenio, sin ataduras para su futuro desarrollo.
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