Aunque las decisiones de Donald Trump pretenden cerrar el grifo énergético en Venezuela, el interés por el petróleo sigue.
Cualquier rastreador de buques muestra que todavía hay docenas de petroleros llegando o atracando cerca de las terminales de José, Amuay y Puerto La Cruz, en suelo venezolano.
Hay informes concretos de que hay empresas que están solicitando cargamentos de crudo de Venezuela para Malasia y Singapur.
Y en los últimos años, esas exportaciones de petróleo siempre han significado reexportaciones a China, como forma de eludir las sanciones estadounidenses.
En 2019, después que la primera administración Trump introdujera estrictas sanciones al petróleo venezolano, China recortó sus importaciones del producto. Pero, simultáneamente, las importaciones de petróleo de Malasia se dispararon. De mayo de 2020 a junio de 2021, el volumen de los llamados envíos de «betún malayo» dirigidos a China se multiplicó por trece, según Atlantic Council.
Entre 2023 y 2024, Biden autorizó a Chevron a operar en suelo venezolano y la cuota de exportaciones a China, Malasia y Singapur cayó mientras que los envíos a India, Europa y, sobre todo, Estados Unidos subieron.
En la actual, segunda administración de Trump, Venezuela ya ha sacdo músculo propio. Aprendió, con un modelo propio, cómo exportar petróleo bajo sanciones, con intermediarios, con buenos descuentos porque tiene capacidad de stock, entre otras estrategias.
Los datos así lo indican: en 2024, China fue su principal comprador. Venezuela aumentó en ese período 10,5% sus exportaciones petroleras y pulió herramientas y alianzas para exportar gas lo que indica que el integrante de la OPEP se robustece y saca músculo productivo.